
El cazador de focas
Se sentaba con un arpón a mirar el
bullicio de las focas entre los asientos
y los vagones del metro, hasta podía
imaginar un témpano al lado del chofer
absorto por el viaje; él sólo quería
derribar a las focas más corpulentas,
a las de cutis de charol y miradas tiernas
como muchachas perdidas. Nunca le
tembló el pulso al lanzar el dardo,
la afilada hoja pasaba entre los pasajeros
sin dañarlos, porque él era diestro,
diestrísimo; conocía a fondo
la profundidad del corazón
de las focas y bien sabía que no tenía
fondo el corazón de las focas, sólo
murmullos de luz. Las focas morían
dulcemente, casi aladas, como cosas
imposibles; él cazaba focas en el metro, como
otros cazaban leopardos en las iglesias.
Tomado del libro, Un domingo en el mercado.
Fotografia de Ena "Lapitu" Columbie
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