Julio no es polvo ni olvido
Por Lissette Bustamante
Miami, noviembre 2012
No sé si contar tu biografía al no estar en la galería de los poetas famosos; no sé si contar las miles de dificultades por las que pasaste en Cuba y en España, sólo sé que el dolor profundo, el abandono evidente, la desesperación de la tristeza, el fracaso español, la soledad de cada amanecer y el espanto de una desoladora depresión, te arrastraron al final… Después de todo, elegiste tomar ese vuelo e incluso volar para estar esta noche junto a nosotros mientras prendo una vela por tu alma inquieta…
Marchaste sin avisar, ni siquiera lanzaste un grito de auxilio, ¿será que no esperabas respuestas; será que te atrapó la neurosis del abismo en tu insilio murciano dentro del exilio español? Te arropaste en ti mismo, buscaste la contención en tu zozobra antes del amanecer y elegiste el silencio antes de tu partida… No dejaste señal, ni aviso en tu blog “El Club de los Amigos Malos”, aquellos que compartíamos “shácatas”, entre inquietudes de glásnot y perestroika… Ya para entonces habías decidido abandonar al que estaba registrado en el carné de identidad como Julio Francisco Martínez García para convertirte en Julio San Francisco.
Te lanzaste a defender tus ideas, abandonaste los comentarios para pasar a la acción… Junto al periodista Rafael Solano y el poeta y también periodista Raúl Rivero, fundaron la primera agencia de prensa independiente de Cuba, “Habana Press” y te obligaron a callar…
No voy a contar a cuantas organizaciones opositoras al régimen de La Habana te acercaste, ni en cuantas estuviste… Tu afán por mostrar la oscuridad de la ilusión de otros años revolucionarios se tornó en obsesión y llegó el exilio…
Transcurría 1997… En aquel tiempo ya escribías que eras un “ser que lo perdió todo por querer ser libre”… Una libertad costosa porque Julio pasó 15 años tocando puertas, sumido entre la creación y los tiempos oscuros de la zozobra y la pobreza… Acabó sus días marginado, sólo con la compañía de la mugre muerte… Llegó pobre a España y murió pobre en España… Por aquellos años 90 ya se marcaba el peor de los presagios… Salió de La Habana con el alma muy lastimada… Estuvo internado en Cuba en el Sanatorio San Juan de Dios, marcado por los tormentos psíquicos que castigaban su vida… Durante 15 años iba de un lado a otro… El Gobierno del Partido Popular, presidido en ese entonces por José María Aznar, no le prestó la atención médica que tanto necesitaba… Andaba cargado de sueños y era cada vez más incansable en su lucha por la democracia en Cuba… Aquellos gobernantes que se creen iluminados mientras caminan los pasillos del poder hoy no son más que el pus oscuro y siniestro de su desvergüenza… Los modernos vampiros vieron en Julio a una presa deseosa de ejercer su libertad y gritar la realidad de nuestra Isla… Sufrió engaños y traiciones… Alguna vez le hicieron creer que tocaba las nubes y confundido, le mintieron diciendo que era el cielo… Siguió tragando grageas de mentiras para seguir soñando con una eternidad fallida…
Querido Julio, ya la decadencia hacía crujir tus huesos oxidados… Decidiste tu liberación absoluta el 2 febrero de 2012, a tus 60 años… Un amigo te echó de menos cuando no respondías al celular ni a la puerta, ni a la sacra oración… Sospechaba que algo sucedía… Lo encontraron tres días después… La Policía Local abrió la puerta con una orden judicial… Estaba encerrado en su cuarto, de bruces en el suelo, desplomado e inerte, tumbado para siempre y desterrado al jamás…
En Facebook la noticia ya circulaba. Era una nota escueta, una esquela sencilla, sin datos ni detalles. Y luego su amigo desde Cuba, desde la Isla de la Juventud, no ocultaba su asombro, su dolor, su pesar. ¿De qué murió Julito? ¿Un infarto? ¿Un suicidio?... No, murió de frustraciones acumuladas, de asco, de sueños imposibles, de grageas de mentiras… No resistió la espera… Al intentar sobrevivir, murió…
Y ahora viene la desoladora conclusión. Su fallecimiento mereció pocas líneas en los periódicos, a pesar de que no es polvo ni olvido…
Anticipó su Testamento en su obra El Desterrado, que fue estudiada en La Sorbona de París…
TESTAMENTO
Nadie tendrá problemas con mis restos mortales
si, como he dicho ya, un día yo muriera.
No sé a quién le tocará la fúnebre y funesta misión
de encontrarme muerto
porque el destierro es el lugar donde no se sabe nada
de hoy, de mañana, ni de ayer.
No sé si será una mujer, un amigo, una vecina
anciana y asustada,
un portero, un policía,
un enemigo,
alguien que pasaba por allí.
No sé tampoco dónde moriré,
si en mi cuarto,
si en la calle,
si en el trabajo,
si en el hospital,
si en un barcito
donde tomo café con leche
y leo el periódico
todas las mañanas.
(debo morir en un barcito).
Podría ser de un infarto
del cerebro
o, tal vez, del corazón a donde han ido a parar
todas las furias, los miedos,
las melancolías y las fieras
o cursimente de hambre
o del azúcar baja
o el colesterol alto
o, simplemente, de estar lejos.
No sé ni quién recogerá mis propiedades,
mis paupérrimas propiedades
que no relaciono para no ofender,
sin embargo pueden quemar
mi verde traje parisino,
mi amarilla corbata italiana
y todo lo demás, hasta mis cartas
enviadas y no enviadas
que ya cumplieron su misión.
(Sé que alguien aprovechará el desconcierto
en torno al muerto desconocido
de quien nadie se declara propietario
para sustraer
sigilosamente
—y no para guardarlo de recuerdo—
mi juego de pasador, yugos, plumas y fosforera
mas no me importa).
En caso de que alguien tropiece
con un ladrillo que yo pueda haber modelado
sí le rogaría que modelara otro igual o mejor.
En caso de que alguien tropiece
con algún libro
que yo pueda haber escrito
sí le rogaría que lo tirara contra la puerta de alguna editorial
y en caso de que, con tan buena suerte, se publicara algo
decreto que por 70 años
todos los derechos de autor
pertenecen
exclusivamente
a un ser que dejé en La Habana.
Si surgiera algún(a) admirador(a)
del que modeló el ladrillo
o del que escribió el librillo
y deseara saber algo de aquel modelador de librillos
y deseara saber algo de aquel autor de ladrillos
y si deseara, incluso, ir hasta su tumba
y leer su epitafio
y ponerle una flor
no podrá hacerlo.
No habrá epitafio ni tumba,
pero, solamente para que la historia tenga un final feliz, daré
dos direcciones.
En un pueblito del centro de mi patria
cuyo nombre es Corralillo
(me hubiera gustado ser Conde de Corralillo)
pasé mi adolescencia, suspendí matemática,
tuve amigos y novia,
y en un barrio de la capital cubana
cuyo nombre es Bacuranao
(me hubiera gustado ser Barón de Bacuranao)
donde viví mis últimos añitos con patria propia
detrás de mi casa
hay una pradera
y en la pradera, una ceiba
y recostado a esa ceiba amé a una mujer
o modelé un ladrillo
y escribí poemas o cuentos o novelas
o no sé.
Pero sé que nadie tendrá problemas
con mis restos mortales
porque no seré nada exigente en esa hora.
No quiero que me incineren
porque he vivido toda la vida incinerado
y sembrando fuegos
(el que siembra fuego, recoge resplandores).
No quiero que echen, pues, mis cenizas al Nilo
para reencarnar en los peces o las conchas.
No quiero que me embalsamen
ni quiero que me entierren
aunque para mí sea leve la tierra.
No quiero una tumba
junto al Manzanares de Madrid,
ni quiero una tumba
junto al Almendares de La Habana
por tanto no habrán de trasladarse mis restitos
a Cuba.
No quiero nichos en catedrales,
ni misas,
ni esquelas
pues todos los días en ellas ya me vi.
Tiradme en cualquier lugar
donde mi hedor no moleste a nadie
y, como carroña ensimismada, libremente
puedan seguir comiéndome los buitres.
Nadie tendrá problemas con mis restos mortales
si, como he dicho ya, un día yo muriera.
No sé a quién le tocará la fúnebre y funesta misión
de encontrarme muerto
porque el destierro es el lugar donde no se sabe nada
de hoy, de mañana, ni de ayer.
No sé si será una mujer, un amigo, una vecina
anciana y asustada,
un portero, un policía,
un enemigo,
alguien que pasaba por allí.
No sé tampoco dónde moriré,
si en mi cuarto,
si en la calle,
si en el trabajo,
si en el hospital,
si en un barcito
donde tomo café con leche
y leo el periódico
todas las mañanas.
(debo morir en un barcito).
Podría ser de un infarto
del cerebro
o, tal vez, del corazón a donde han ido a parar
todas las furias, los miedos,
las melancolías y las fieras
o cursimente de hambre
o del azúcar baja
o el colesterol alto
o, simplemente, de estar lejos.
No sé ni quién recogerá mis propiedades,
mis paupérrimas propiedades
que no relaciono para no ofender,
sin embargo pueden quemar
mi verde traje parisino,
mi amarilla corbata italiana
y todo lo demás, hasta mis cartas
enviadas y no enviadas
que ya cumplieron su misión.
(Sé que alguien aprovechará el desconcierto
en torno al muerto desconocido
de quien nadie se declara propietario
para sustraer
sigilosamente
—y no para guardarlo de recuerdo—
mi juego de pasador, yugos, plumas y fosforera
mas no me importa).
En caso de que alguien tropiece
con un ladrillo que yo pueda haber modelado
sí le rogaría que modelara otro igual o mejor.
En caso de que alguien tropiece
con algún libro
que yo pueda haber escrito
sí le rogaría que lo tirara contra la puerta de alguna editorial
y en caso de que, con tan buena suerte, se publicara algo
decreto que por 70 años
todos los derechos de autor
pertenecen
exclusivamente
a un ser que dejé en La Habana.
Si surgiera algún(a) admirador(a)
del que modeló el ladrillo
o del que escribió el librillo
y deseara saber algo de aquel modelador de librillos
y deseara saber algo de aquel autor de ladrillos
y si deseara, incluso, ir hasta su tumba
y leer su epitafio
y ponerle una flor
no podrá hacerlo.
No habrá epitafio ni tumba,
pero, solamente para que la historia tenga un final feliz, daré
dos direcciones.
En un pueblito del centro de mi patria
cuyo nombre es Corralillo
(me hubiera gustado ser Conde de Corralillo)
pasé mi adolescencia, suspendí matemática,
tuve amigos y novia,
y en un barrio de la capital cubana
cuyo nombre es Bacuranao
(me hubiera gustado ser Barón de Bacuranao)
donde viví mis últimos añitos con patria propia
detrás de mi casa
hay una pradera
y en la pradera, una ceiba
y recostado a esa ceiba amé a una mujer
o modelé un ladrillo
y escribí poemas o cuentos o novelas
o no sé.
Pero sé que nadie tendrá problemas
con mis restos mortales
porque no seré nada exigente en esa hora.
No quiero que me incineren
porque he vivido toda la vida incinerado
y sembrando fuegos
(el que siembra fuego, recoge resplandores).
No quiero que echen, pues, mis cenizas al Nilo
para reencarnar en los peces o las conchas.
No quiero que me embalsamen
ni quiero que me entierren
aunque para mí sea leve la tierra.
No quiero una tumba
junto al Manzanares de Madrid,
ni quiero una tumba
junto al Almendares de La Habana
por tanto no habrán de trasladarse mis restitos
a Cuba.
No quiero nichos en catedrales,
ni misas,
ni esquelas
pues todos los días en ellas ya me vi.
Tiradme en cualquier lugar
donde mi hedor no moleste a nadie
y, como carroña ensimismada, libremente
puedan seguir comiéndome los buitres.
3 comments:
Muy bueno Lissette. Un retrato exacto desde tu evocación metafórica de la vida que llevó Julito. Me quedo con esa esencia tuya de que Julio Martínez no se fue al olvido. Hoy tú lo has despertado. Y una cosa digo, en el exilio hay muchos Julitos.
Oh, Dios!
¡Que triste noticia para mi (aunque ocurrió hace meses)
Conocí a Julio en la Isla de la Juventud en los inicios de los años 80, cuando le publicaban sus artículos, poemas y relatos en el periodico Victoria y en la emisora Radio Caribe lo tratábamos con todo el respeto que se merecía, no por ser un asalariado del régimen sino por su talento, por su poesía y sobre todo por su integridad como ser humano, su honestidad y su rebeldía.
Luego él se fue de la Isla y lo perdí de vista. No fui su amiga, ni su confidenta, solo una mas que se deleitaba leyendo sus lineas, sus versos y alguna que otra vez lo aplaudí y lo apoyé en sus intervenciones en las asambleas del sindicato de la cultura, cuando él todavía creía que los jefes lo escucharían y tendrían en cuenta sus críticas constructivas.
Pobre Julio, que pena me da su muerte asi tan oscura, tan alejada y con tanta carga de frustraciones. Que en paz descanse su alma!
Muy lindas las palabras de recordación y de homenaje que escribió Lissette Bustamante. Gracias por publicarlas
Saludos
Esperanza E Serrano
Julio fue mi colega y amigo, Esperanza.Muy reveladoras sus palabras sobra la etapa no menos feliz de Julio en Cuba. Busque en mi blog Atrio Press, que hay otros dos trabajos que publique a raíz de su penosa muerte. Estos son los link
http://atriopress.blogspot.com.es/2012/02/julito-el-bohemio-adalid.html
http://atriopress.blogspot.com.es/2012/03/espana-la-muerte-de-julio-martinez-o-el.html
Gracias,
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