Foto de Ivan Cañas |
«Hacer
una abstracción de todo esto,
decidir
que puede reducirse a generalidades
y
actos comunes,
coincidencias,
no hará más fácil el tiempo que resta»
decidir
que puede reducirse a generalidades
y
actos comunes,
coincidencias,
no hará más fácil el tiempo que resta»
Heriberto
Hernández Medina
Cómo aquellas
primeras horas de voraz incertidumbre, cuando irrumpió la noticia de
la muerte de Heriberto, a quien considero no solo un arquitecto de la
poesía, sino un rapsoda contemporáneo, como lo llamaría Manuel
Sosa en su escrito: Brevario para
regresar al laberinto de espejos.
Ese laberinto en el que deambula el minotauro de las horas. Esas
horas impregnadas de tinieblas, han dejado un vacío en estos
predios, donde solíamos verle a través de sucesivas puertas. En
estos predios frégolianos
en los que apenas se escucha la palabra primera, su palabra que hoy
reposa como un albatros sobre el mástil de la memoria con esa
costumbre de marcharse hacía al alba sin despedirse, esa costumbre
de no mirar atrás.
Esa forma de volar
sobre un abismo de tinieblas verdes, sobre lienzos en piedras
convertidos, piedras que son palabras que se desangran ante el rostro
fiero de Dios si es que existe, aunque Dios no precisa de existir,
para existir.
En la
patria del espejo donde abrevan las
sombras familiares sobre el hombro que adolece a la sombra de un
árbol. En la patria del espejo
se posa el albatros sobre los hombros de un rey adolescente. En
la patria del espejo vuelve el
canto a derramarse al anochecer. Vuelve el rapsoda cercenando
verdades como templos, verdades que caen muertas por el martirio de
saber que puede más la nada.
La
nada cotidiana, la nada intemporal, la nada como una sílaba en los
labios del silencio, donde un pincel rellena los espacios en que
reconocemos nuestro cielo, nuestros límites, nuestros defectos y
esta tendencia mía de escribir textos elegiacos, esta complicidad
literaria más allá de sucesivas puertas.
Puertas que son el
espejo que refleja este grupo de personas ante las cuales me
encuentro, este grupo abstracto escuchándonos atentos. Esta noche
inaugural de la semana alternativa a La Feria del libro, he de hacer
una pausa para nombrar sus libros, los del rapsoda, comenzando con
«Poemas» Ediciones Mantazas, 1991, «Discurso en la montaña de los
muertos» Ediciones Unión, 1994, «La patria del espejo» Ediciones
Unión, 1994, «Los frutos del vacío» Ediciones Matanzas, 1997,
«Verdades como templos» Ediciones Iduna, 2008, «Las sucesivas
puertas» Bluebird Editions, 2008 y «Otros filos del fuego»
Avondale ediciones, 2012.
En fin, tantos
versos, tantos impregnados de ausencia, de esas lúgubres intemperies
en que se ramifican los poetas cuando parten. No he de sorprenderlos
sí les digo que me siento extraño esta noche inaugural, mientras
recuerdo al rapsoda, nuestro amigo a través de sus palabras,
teniendo en cuenta que las palabras
son otro modo de matar el hambre.
Teniendo en cuenta que las palabras no nos canonizan pero nos vuelven
dioses, o miserables. Teniendo en cuenta que la amistad nos ata más
allá de las puertas del cuerno.
Porque
la vida no termina
para quien huye de ella por la puerta
falsa. La vida acaba
más bien para los que
se quedan en lugar del fallecido,
sufriendo las mordidas de los hados
en el sucio recinto de los hombres.
Sin embargo unos pocos
agradecen: el vino, las tertulias,
o algún gesto.
Pero en fin la contienda continúa,
de modo que no hay tiempo para cultos:
tales Judas, Tomases y Pilatos.
Como página en blanco la morada de quien queda en lugar del fallecido.
la vida no termina
para quien huye de ella por la puerta
falsa. La vida acaba
más bien para los que
se quedan en lugar del fallecido,
sufriendo las mordidas de los hados
en el sucio recinto de los hombres.
Sin embargo unos pocos
agradecen: el vino, las tertulias,
o algún gesto.
Pero en fin la contienda continúa,
de modo que no hay tiempo para cultos:
tales Judas, Tomases y Pilatos.
Como página en blanco la morada de quien queda en lugar del fallecido.
He de concluir este
texto, con el gesto en que se esfumaron los últimos minutos con el
rapsoda, con un abrazo.
En
el extremo agreste de ese abrazo baldío
puede que estés mintiendo, puede que se haya roto
el gesto que te ausenta del asoleado coto
en que la luz se extiende del otoño al estío.
puede que estés mintiendo, puede que se haya roto
el gesto que te ausenta del asoleado coto
en que la luz se extiende del otoño al estío.
De
una ausencia latente a un trasegar sombrío
de sabanas escritas y de espadas, agoto
la sed en que resides, el paisaje remoto
que en sueños recorrías desde mi mano al frío.
de sabanas escritas y de espadas, agoto
la sed en que resides, el paisaje remoto
que en sueños recorrías desde mi mano al frío.
Los
brazos extendidos que un día me nombraron
junto a la inexistencia y el miedo que reduces
a un atado de ramas que nunca se quemaron.
junto a la inexistencia y el miedo que reduces
a un atado de ramas que nunca se quemaron.
Sin
mirar a lo lejos, de espaldas a esas luces
breves, otros destierros futuros te anunciaron
árboles cuyas ramas un día serán cruces.
breves, otros destierros futuros te anunciaron
árboles cuyas ramas un día serán cruces.
Sin embargo
No
sé si pueda aún cantar triste y ecuánime
sobre el reloj antiguo del último deshielo,
construir una casa desnuda sobre el polvo
que la ciudad un día envidiará en silencio.
sobre el reloj antiguo del último deshielo,
construir una casa desnuda sobre el polvo
que la ciudad un día envidiará en silencio.
No
sé si pueda aún volver al canto hueco
de soñar una sombra más grande que mi asombro,
si deslumbrarme pueda ante el oro magnífico
que la luz inventara para olvidar el oro.
de soñar una sombra más grande que mi asombro,
si deslumbrarme pueda ante el oro magnífico
que la luz inventara para olvidar el oro.
No
sé si será cierto que cuando callo nombro
la verdad que me mata o el miedo que me alienta.
la verdad que me mata o el miedo que me alienta.
Jesús A. Díaz Hernández
Noviembre, 2012
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