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Tuesday, November 13, 2012

Poesía y poética en Félix Hangelini por Yoandy Cabrera

Poesía y poética en Félix Hangelini

He imaginado que ahora voy existiendo
y que esta rara isla me despierta.

“La imaginación de la bestia” Félix Hangelini



La poesía es, dentro de la obra de Félix Hangelini1, la más íntima y a la vez diáfana evidencia de su vocación literaria2. En una carta dirigida a Beatriz Maggi3 el primero de marzo de 20044, el joven poeta, en agradecimiento a la profesora cubana por la presentación de su libro de ensayos La construcción de las olas5, reconoce que no sabría definirse como ensayista, y agrega:

Yo sólo escribo poemillas desde los siete años, mi vida está llena de ellos. Cajas, cuadernos, miles de ellos dispersos en cualquier parte. Los regalo, los ofrezco; otros los ejecuto en la intimidad y los oculto para que nadie los dañe. (También tengo varias traducciones, sobre todo de “Ella”6, Whitman y algún otro autor en inglés.) Pero tampoco me considero poeta... ¿cómo podría? Nuestra época la caracterizan las definiciones fáciles y las clasificaciones convenientes. Necesitaré crecer mucho para poder saber qué o quién soy (si consigo ser algo). Mis 26 años delatan mi pequeñez.

Por tanto, en esa indefinición genérica que creo lo acompañó hasta el último momento, la poesía está desde los siete años y durante toda su vida. La regaló, la publicó, la ocultó, la cuestionó... Personalmente creo que fue un escritor, él mismo se veía en un futuro no como profesor (la docencia cada vez le atraía menos), sino como investigador (a la misma profesora le declara: “estudiar me justifica”) y como escritor; pensaba dedicarse a escribir, era al menos su deseo. Escribir, sin definir un género, huyendo de toda clasificación, como hizo durante toda su vida.

Cuando uno se acerca a su poesía sorprende la madurez hasta en poemas de su adolescencia, tanto inéditos como publicados, parecen escritos con el sosiego, la fuerza y la experiencia del que viene de regreso de muchas cosas, como el que sabe que en los oropeles del lenguaje poco se alcanza si no hay verdadera sustancia. Esta madurez en el verso y en su cosmovisión siempre la explicaba Félix diciendo que había vivido pocos años, pero tan intensamente que a veces se sentía viejo, por lo que en la misma carta a la Dra. Maggi agrega:

(H)e vivido intensamente, he tenido que madurar a fuerza de porrazos y mucha soledad, por lo que en cierto modo, mi visión del mundo es bastante sólida; llevo, sí, una cierta ventaja, y espero se enriquezca y suavice con los años (si es que tengo la dicha de la supervivencia, cada día más difícil).

Tanto en su ensayística como en su poesía, hay en Félix una tendencia hacia la sencillez, la mayor lección que aprendió de su admirada y estudiada Emily Dickinson. Eso es evidente cuando uno lee sus trabajos recogidos en La construcción de las olas, frutos circunstanciales de deberes y evaluaciones académicas durante la carrera de Letras; y los compara con su tesis doctoral sobre Luisa Pérez de Zambrana y con los artículos sobre las mujeres románticas hispanoamericanas a las que dedicó la mayor parte de sus horas de investigación en los últimos años. Cuando Félix dejó de sentir la necesidad de demostrar a sus evaluadores universitarios el conocimiento acumulado, cuando fue más independiente y estuvo más seguro en sus objetos de análisis, logró mayor claridad y sencillez en su discurso. En la carta referida antes, también confiesa:

Si le soy más sincero, no me enorgullezco de La construcción de las olas. Los veo textos demasiado académicos, a veces hasta retóricos o aburridos, juguetones y hasta entusiastas, ligeritos, que van y vienen sobre un mismo eje sin romper su propia cinética a punto de cansancio.

Contra ese academicismo luchó Félix una vez que tuvo más claro cómo y qué deseaba escribir, por ello declara a la doctora también: “Según pasa el tiempo, más me apego a la sencillez. Debe ser el cansancio tras tanto metalenguaje.”

Sobre la admiración que le profesó a Dickinson, quien llegó a tener mayor incidencia en él que el propio Whitman, Félix no solo reconoció en ella a una gran escritora por su visión del mundo y su peculiaridad discursiva, sino a un alma gemela, a un ser cercano, amante (como él) de la reclusión voluntaria, del silencio, de la soledad. Los que tuvimos el privilegio de conocerlo, sabemos que había en él una tendencia casi metabólica hacia el aislamiento y el retiro:

Hay algo en aquel estilo de vida que se parece al mío. De cierto modo, también soy un recluso; y huyo de aquello que se me antoja peligroso: la gente, en general, me lo parece. Puede que hasta sea patológico, nunca se sabe.

Sin embargo, uno de los mayores valores de la poesía de Hangelini es no haber sucumbido a eso dos monstruos de la literatura universal que son Dickinson y Whitman, a los cuales estudió y veneró toda su vida. Se necesita tener las ideas muy claras y poseer una personalidad lo suficientemente sólida para no caer en la tentación de parafrasear o imitar a dos figuras tan portentosas como los autores decimonónicos mencionados. Félix tuvo carácter siempre, su obra es testimonio de ello. La universalidad egótica de Whitman en él no es estentórea, es más bien íntima. Su yo poético se reconoce en el otro, lo incluye, pero desde la soledad de su habitación, desde el silencio que es también su escritura. De Dickinson procede la capacidad de mitificación y semantización de lo doméstico y cotidiano. Pero todo ello está en medio de una de las obras más singulares de los últimos años en la poesía cubana contemporánea.

Tampoco cedió a las modas de los años noventa en Cuba, cuando comenzó a publicar. Considero que su aversión por Dulce María Loynaz y José Lezama Lima no era en sí por los autores sino por la mala lectura y asimilación que se hizo de la obra de estos entre muchos de los poetas contemporáneos a Félix. Criticó siempre el a veces excesivo metaforismo críptico de Lezama y su incorrecta sintaxis, así como su mala puntuación. Cuestionó con argumentos sólidos, esperando que algún admirador del “maestro” le demostrara lo contrario. Sin embargo, el propio Félix fue un lector asiduo de Lezama (por eso también sus argumentos eran incuestionables) y uno lo comprende cuando lee su poesía, en la que más de una vez toma al autor de “Muerte de Narciso” como punto de partida y pretexto para la creación poética.

Su escritura parece a ratos decimonónica y romántica por su sensibilidad, por el poco uso metafórico y tropológico, y al mismo tiempo es moderna y críptica por las asociaciones insólitas e inesperadas a veces, y por la casi total ausencia de signos de puntuación (lo cual, por la ambigüedad sintáctica, multiplica las posibilidades de lectura e interpretación).

Pero el autor cubano que más veneró y que más visible huella ha dejado en la obra de Félix es Virgilio Piñera. Hangelini logra leer una de las esencias más difíciles de alcanzar en la obra del autor de La isla en peso: la carcajada de horror ante la nada y el absurdo de la existencia. Esa huella terrorífica vuelta burla en Hangelini evidencia que el joven cubano es uno de los lectores más profundos que ha tenido Virgilio. Los jóvenes autores de la isla (en su mayoría) han leído de la obra de Piñera su angustia existencial, la fragmentación, la insularidad como maldición y su enorme escepticismo. Hangelini, con poemas como “El grito” y “El ala leve de la felicidad”, logra plasmar la gravitación y la carcajada de terror piñerianas en su cosmovisión poética de modo orgánico, nutriendo la savia de sus concepciones.

Félix publicó en vida solo un libro de poemas, La devastación. La imaginación de la bestia7. Dentro de su obra inédita, hay cinco poemarios terminados y organizados por él mismo8 y un sinnúmero de poemas sueltos. Su poemario publicado pretende leer desde el propio título un descenso, la caída inevitable que él mismo estudió en el ensayo merecedor del premio de la revista Temas sobre la relación entre Whitman y Huidobro9. En ese texto, Félix propone una lectura de Altazor desde un eje vertical y no horizontal; a ello (en diálogo con Piñera, con Huidobro y con autores cubanos como Lina de Feria y Damaris Calderón) apunta el propio título de su poemario: La devastación. Pero hay más.

El terror por el paso del tiempo atraviesa todo el libro, como si se viviese con las horas contadas. Cada elemento de la naturaleza, del entorno, del camino (sin necesidad de grandes giros tropológicos) alcanza un enorme valor simbólico. El primer símbolo es la carretera de Sóller en Mallorca. Un viaje a la isla española hace despertar en el poeta relaciones entre islas, La Habana y Sóller, Cuba y Mallorca. El mar como factor común, como encarnación de esa máscara enorme e indescifrable que es el mundo, como nada sin forma, cambiante, que en cada ola niega cualquier posibilidad de contabilizar, de nombrar.

El yo poemático hangeliniano asume el riesgo de una vida precipitada, imprevisible, al borde del abismo (a semajanza de esas curvas y encrucijadas de las carreteras que llevan a Sóller), avanzando, dejando atrás el paisaje, la ermita, los monjes, apostando entre la gravitación y el futuro, entre el desfiladero y la esperanza, entre la caída potencial y la búsqueda indetenible. Esa carrera al volante que no cesa confiere al poemario carácter narrativo. A ello se une la concepción teatral que tiene Félix de la poesía, motivo que retoma en una serie considerable de poemas. El poemario es también una agónica puesta en escena en que movimiento, recuerdo y caída se conjugan. Tres actos podríamos diferenciar en la estructura del libro: la búsqueda, el recuerdo de un hallazgo revivido (nombrado a través de su propia negación, de la imposibilidad) y la caída. En diálogo tenso con Pessoa, Hangelini inicia la escritura en plena carretera, “a más de quinientos metros sobre el nivel del mar”, in media res, “hacia Sóller hacia un deseo”.

“La devastación” interioriza la carrera y el movimiento de los dos primeros poemas, pues “el fluir de la sangre deja pistas”, “en este pétreo juego de la devastación”. Parece, desde el inicio, al dejar atrás todo paisaje, que es imposible la vuelta atrás, pues la carretera “conduce únicamente a Sóller”. En poemas posteriores como “No te busques no estarás” y “El ala leve de la felicidad”, en el supuesto diálogo con el otro, en el pretendido regreso, está también la negación y el reverso de su propia realización.

La espera de lo perdido (entendida como absurda por el propio yo), el palabreo con el ausente, es la obstinada forma que tiene de imaginar una regresión, más bien hablando solo, y sin moverse del lugar. Paradójicamente, continúa el viaje por carreteras, curvas y pendientes; al mismo tiempo hay un no-lugar desde el que habla, una atopía, estabilidad falsa que niega toda compañía, entre brumas y recuerdos, a los cuales confirma y espanta simultáneamente. Por eso, cuando el tú que evoca dice “eso es un árbol y en él caben los ángeles” (como guiño a Blake), el sujeto lírico dice “eso es un tigre”, el tigre piñeriano (o su descripción), con todo lo que el símbolo de Virgilio encierra. Queda la ausencia como un cuerpo en esa irrupción de la segunda persona, que es al mismo tiempo memoria y negación de toda posibilidad futura. 

En un texto memorable del 2 de noviembre de 2011 en El bosque escrito10 titulado “Retrato del monstruo”, el autor se presenta como bestia, en cuya imaginación encierra todo lo que observa, lo que conoce, lo que le cautiva, porque “la trampa que usa para capturarte es la misma que te dejará para siempre en los oscuros laberintos de su imaginación.” (concluye, en claro diálogo con el título de su libro de poemas). Allí confiesa:

En esencia, ese tipo de monstruo es la raza más frágil que ha existido. Frágil a la belleza, a pequeños gestos de seducción, frágil a la espontaneidad y a la risa como una bocanada intensa de vida. Casi todos los monstruos que han existido han obrado en ese tipo de sombras. Se esconden en sus refugios a escribir sobre realidades que sólo ellos comprenden, o piensan comprender. Los que aparentemente se han dado a la vida son unos grandes mentirosos; no les creas. Ni Baudelaire pasó su vida en lupanares ni Whitman salió nunca de New York y proximidades… ni siquiera bebía alcohol ni tuvo los amantes que decía. Cada desorden literario implica un orden vital exquisito, meticuloso. Ninguno en realidad fue bello (salvo Keats o Byron; no cuenta la animal simetría de Wilde). Ninguno coqueteó con perfecciones. Ninguno fue feliz o al menos ninguno expresó cabalmente su felicidad. Todos murieron inconformes.

El discurso de Félix se sostiene en un coloquialismo lírico, que (d)escribe y semantiza su entorno por medio de interconexiones infinitas a las que él llamó (a partir de Wislawa Szymborska) “bosque escrito”. Que dialoga, espera, lucha a pesar de su convencimiento de que la vida es un largo desfiladero hacia el sin sentido, un camino que se extiende hacia la nada. Lo absurdo de la existencia misma puede incitar a la carcajada, a la burla del que sabe de antemano el final. El sujeto lírico busca, observa, anota, intenta encontrar, asir, dotar de significado a un cuerpo imposible que, como el propio mundo, en hilera infinita, se aleja. No puede evitar el sin sentido del futuro, y al mismo tiempo lucha contra él. La poesía para él es búsqueda y negación del locus amoenus.

La obra lírica de Hangelini es la crónica de una extraña y desajustada existencia en medio de un mundo donde los valores del poeta no son los que priman. Hileras de árboles infinitos conduciendo hacia la nada, “risa innumerable de las olas” esquilea que se vuelve, en el trayecto, carcajada piñeriana. Soledad, búsqueda, evocación, hallazgo (o, más bien, sombra, memoria del hallazgo, negación del encuentro, diálogo mudo con lo absurdo e imposible) y luego, vuelta a la soledad y a la muerte por luz, lo cual lo ubica otra vez entre Dickinson y Piñera, pues ambos afirman que un sapo y un pueblo “puede(n) morir de luz”.

Crónica de una vida que es, en la inmensidad universal, apenas un instante. Viaje a La Habana que es Barcelona que es Mallorca. Vida y poesía marcadas por el mar. Ola del lenguaje que asocia y engulle todo el tiempo, todos los tiempos, ensartando ínsulas como un collar, ciudades que enfrentan la inmensidad del océano a pecho descubierto. El instante de luz que nos ciega, la palabra que es también hoy su rostro más pleno, hacen que pasado y futuro converjan a través de ese bosque verbal que es justificación y testimonio de su existencia, cierva sintáctica que leyó en Szymborska. Su propia vida fue coincidencia entre el segundo luminoso y la Historia, entre la belleza momentánea y la recuperación de lo sustancial. Su existencia ha quedado en nosotros, en los que le conocimos, como un relámpago, como deslumbramiento, que nos abrió en ráfagas y tragraluces, hacia los momentos trascendentes de la Historia. Félix es, sigue siendo, “apretado fragmento” que “dicta la eternidad sobre los muros”.



Yoandy Cabrera
Madrid, 10 de noviembre de 2012

1 Félix Hangelini es el pseudónimo literario del escritor cubano Félix Ernesto Chávez (La Habana, 28 de octubre de 1977- México, D.F., 11 de junio de 2012), doctor en teoría de la literatura y literatura comparada, profesor universitario, investigador, ensayista y poeta.

2 Félix escribió aproximadamente una decena de cuentos, y aunque no publicó ninguno, muchos son de una calidad y una imaginación sorprendentes. Esta parte de su obra podría parecer la más íntima por no haber sido publicada, pero en verdad es la poesía el género que mejor y más íntimo testimonio da de su cosmovisión y de sus vivencias.

3 La doctora Beatriz Maggi es una importante ensayista y profesora universitaria cubana, cuyos principales temas de investigación han sido Shakespeare y Emily Dickinson, además de otros autores de habla inglesa.

4 La carta en cuestión forma parte de la papelería inédita de Félix Hangelini, que actualmente se encuentra bajo la custodia de su madre Lidia López Padrón, su heredera y albacea.

5 El libro de ensayos La construcción de las olas de Félix Hangelini fue premio de ensayo Calendario en 2002, publicado por la Casa Editora Abril en 2003 y presentado por la Dra. Beatriz Maggi en la Feria Internacional del Libro de La Habana el 11 de febrero de 2004 en la sala José Lezama Lima en la Fortaleza de La Cabaña.

6 Así se refiere a Emily Dickinson cuando escribe a la profesora Beatriz Maggi.

7 Félix Hangelini. La devastación. La imaginación de la bestia. Fundación Jorge Guillén, Valladolid, 2006. Con este poemario el autor ganó el premio de la Academia Castellano-Leonesa de la poesía 2005 destinado a jóvenes creadores.

8 Los poemarios inéditos son Lugares intrascendentes, Restauración de la luz, El bosque escrito, Las soledades de un cierto mundo y El comercio de las almas.

9 “La vida es un viaje en paracaídas”, en: Temas, núm. 22-23, La Habana, julio-diciembre, 2000, p. 181-90. Texto con el que el autor obtuvo el premio de ensayo de la revista Temas cuando todavía era estudiante de Letras.

10 En este caso me refiero al blog de Félix cuyo nombre es, como uno de sus poemarios inéditos, El bosque escrito. El título parte de un poema de Wislawa Szymborska. Puede consultarse en: http://elbosqueescrito.wordpress.com/
 
 
 

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