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Foto de Gabriel Lizárraga |
El 15 de noviembre fue la apertura de nuestra Jornada Alternativa de Literatura con la conferencia Se hizo monja para poder pensar sobre Sor Juana Inés de la Cruz, por la escritora Elena Tamargo. Que mejor comienzo de semana que tener el privilegio de oír sobre la primera poeta de Hispanoamérica de la voz y pluma de Elena Tamargo. Que comunión de dos mujeres tan valiosas y valientes en el mundo de la literatura. Me tomo la libertad de unirlas, y no exagero porque cada cual en su tiempo ha sido y es extraordinaria. Yo valoro y admiro mucho a Elena. Tenerla entre nosotros es un privilegio, un regalo de los dioses…
Aquí les dejo el magnifico escrito de Elena Tamargo.
SE HIZO MONJA PARA PODER PENSAR
La vida de Sor Juana Inés de la Cruz ha despertado, desde el mismo siglo XVII
que la vio nacer, tanto interés como su obra, debido a su posición destacada en
la sociedad en que vivió, en una época en que pocas mujeres llamaban la
atención en el mundo intelectual público.
Sor Juana Inés de la Cruz es ya hoy muchas cosas a la vez, pero sobre todo es
el fruto de la seducción que ejerce esta mujer particular, que es una
intelectual orgánica, en el sentido estrictamente gramsciano, que, como tal,
termina enfrentándose a la ortodoxia y al poder en cuyo seno estaba integrada,
y que sufre en sí misma la colaboración de la propia ideología con sus
acusadores hasta llegar a autoacusarse. Seduce la perfección de su obra y los
enigmas de su vida, una curiosa monja, absolutamente consciente de ser mujer y
completamente absorbida por una pasión inédita, la del conocimiento, que,
precisamente por ella, tiene que neutralizar su sexo para poder acceder al
ansia de conocer: el mayor de los poderes. Las autoridades son más rigurosas
con esta mujer, que se ha hecho monja para poder pensar, que con sus
contemporáneos varones.
Para explicarse a Juana hay que explicarse primero la sociedad mexicana de
finales del siglo XVII, que coincide con la máxima decadencia española (es el
reinado de Carlos II) y, al mismo tiempo, con el nacimiento de una nueva
sociedad en México, que entonces es el espejo de España y, a la vez, algo muy
distinto, una sociedad más joven, que justo se podría haber abierto a la modernidad,
pero que no se abrió.
La vida y la obra de Juana Inés de la Cruz, son inseparables, y podrían
distinguirse tres acontecimientos claves que marcaron su destino y que tal vez
evitaron una desgracia para ella mayor que la de haber renunciado, como tuvo
que hacerlo, al saber.
-La entrada de Sor Juana en la Orden de San jerónimo, su posición en la corte
virreinal. (porque antes Sor Juana ha sido dama de compañía de la virreina de
la Laguna) y en esa corte ha sido sometida a un tribunal de 40 hombres para
demostrar sus conocimientos.
-La relación de Sor Juana con María Luisa Manrique de Lara, virreina de Nueva
España, sobre la que se ha especulado si fue una relación amorosa o amistosa,
pero de cualquier manera la persona más importante de su vida, si tomamos en
cuenta que fue su protectora primero, su albacea, después. Una virreina que
provenía de la familia del poeta Jorge Manrique.
-La renuncia de Sor Juana a la literatura, a su biblioteca, a sus instrumentos
científicos y matemáticos y su retorno a ser la esposa de Cristo.
Sor Juana, a
pesar de todo, consigue habilitarse un rincón favorable a su desarrollo
intelectual en un medio hostil, la sociedad cerrada de Nueva España a finales
del siglo XVII, cuya ortodoxia religiosa vigila la Inquisición; el convento.
Pero la vida conventual es una vida sometida a restricciones y espionaje y la
propia condición femenina de Sor Juana, la excluyen de la educación superior y
del intercambio de ideas. El acceso a las ideas se encuentra además
condicionado por el atraso cultural que ya existe en la metrópoli, en lo que se
refiere a ciencia y filosofía. Los referentes de Sor Juana serán el
neoplatonismo y los saberes herméticos divulgados por el jesuita Atanasius
Kircher, doctrinas de moda el siglo anterior. Un dato curioso son los
ejemplares que contenía la biblioteca de Sor Juana, entre ellos dos incunables
de Kircher.
En cuanto al convento, hay que tomar en cuenta que las jerónimas eran de
claustro total, allí se entraba, con una dote, y de allí no se salía. Las
monjas eran enterradas en la iglesia, Sor Juana está enterrada en el Bajo Coro.
Eran enterradas con sus atributos, con el medallón, pues las clases dentro del
convento eran bien definidas, de velo blanco, de velo negro, de medallón, y
todo eso dependía de la dote con que se hubiera entrado. Se dice que a Sor
Juana la dote se la pagó su confesor, pero fue una gran dote que le permitía
dos esclavas o sirvientas, y una celda cómoda, así como otras prebendas. Las
finanzas fueron responsabilidad de Sor Juana, ella fue la contadora del
convento. Ella podía entrar a la cocina, donde se dice que aprendió lengua
conga, con las esclavas que cocinaban en el convento, y lo demostró cuando puso
parlamentos en esta lengua y también en náhuatl, en Los empeños de una casa, un
auto de fe que llegó a tener mucha fama en su momento.
(Dato curioso es cómo mantenían las jerónimas a las monjas alejadas del
gallinero, para evitar la experiencia sexual, de los animalitos, sólo una monja
era encargada de recoger los huevos, como el pan, que era lo que venía de
afuera del convento).
La obra de Sor Juana, además de una constante celebración y adulación de los
poderosos, a quienes debe su relativa tranquilidad, sólo puede justificarse en
su extraordinario manejo de la ironía. La ambivalencia de su posición: monja
enclaustrada y a la vez intelectual en ejercicio, y mujer de mundo, da idea de
la fragilidad que la aqueja. Abandonar el ejercicio de las letras, debe haber
sido una renuncia forzada, según la opinión de algunos de sus estudiosos,
especialmente de Octavio Paz, que así lo refiere en Las trampas de la fe. “Esto
podría leerse como una similitud de la sociedad barroca hispana con las
modernas burocracias estatales. En ambas el disidente debe asumir un papel
activo en su anulación, no sólo debe callar sino que además tiene que confesar
su error y arrepentirse.”
Sor Juana Inés fue monja, pero no fue especialmente religiosa. Ella es una
intelectual, una poetisa intelectual, figura que se da muy poco en la
literatura española. Es, además, una mujer bonita que vive en la corte y, sin
embargo, decide profesar. Y ahí hay un misterio. Hay quien dice que hubo una
decepción amorosa; es posible, pero también es posible que si profesó fue
porque no le quedó más remedio. Sor Juana era hija natural, lo que no se sabía
hasta hace veinte años. No era una mujer rica y además no tenía vocación por el
matrimonio; todo esto en alguna medida explica que su vida religiosa haya sido
absolutamente mundana: su celda (en realidad, dos pisos con una impresionante
biblioteca y música y tertulias) era un centro de encuentros desde donde ella
escribía poemas eróticos y comedias, y donde recibía a la virreina, a su
confesor y a sus amigos, entre ellos, el ex jesuita Sigüenza y Góngora.
De pronto Sor Juana escribe un texto, de consumo privado, una carta en la que
critica el sermón de un jesuita portugués, a la que le llama Carta Atenagórica,
sin duda en un exceso de soberbia, que supone su definición como mujer
independiente con derechos propios.
Así como antes he considerado que los tres momentos mencionados fueron la clave
de Sor Juana, las tres cartas que escribió, incluida ésta, y que referiré de
inmediato, son los tres documentos clave de la prosa comprometida de la monja.
Y yo creo que son sus mayores enigmas, que en ellas está su mayor valentía, su
mayor ironía, y en todo caso, la realización de su pensamiento.
En la primera carta, llamada Carta Atenagórica, Juana responde a los rumores
según los cuales su confesor, el Padre Antonio Nuñez de Miranda, criticaba el
afán de ella de componer versos profanos y cultivar la notoriedad. Pero en
verdad, su ironía que era la mayor virtud de Juana, la llevó a escribir este
documento, llamado también Crisis sobre un sermón, como un reclamo que ella le
hace a su padre confesor de su derecho al estudio, libre de tutelas, y el
derecho al sincretismo cultural entre los llamados filósofos gentiles o
grecolatinos y las fuentes cristianas elegidas por ella.
La Carta Atenagórica era, sobre todo, un enfrentamiento a un padre muy famoso
en la época, el portugués Antonio Vieyra, considerado maestro en la oratoria
sagrada y confesor de la reina Cristina de Suecia. Su Sermón del mandato, que
Vieyra lo venía dando desde la adolescencia de Juana, a ella le contrarió, por
atreverse Vieyra a refutar a San Agustín, Santo Tomás y San Juan Crisóstomo,
acerca de cuál había sido la mayor fineza de Cristo.
Vieyra insistía en que la mayor fineza de Cristo a la humanidad había sido no
haber pedido nada a cambio de su amor, mientras que Sor Juana aseguraba, en su
Carta, que la mayor fineza de Cristo había sido el no entregarle su amor
incondicional al hombre, para que éste no quedara con una deuda impagable, es
decir, que para la monja la mayor fineza de Cristo era habernos dejado en
libertad.
Aquí empieza la tragedia de la monja Inés. Su confesor Nuñez de Miranda no la
amonesta en privado cuando ella le da esta carta, sino que la traiciona, al
entregársela a la máxima autoridad de la iglesia de ese México, al obispo de
Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, (1690), quien publica sin permiso de la
monja, este documento de confesión, en un pliego suelto de la iglesia, pero no
lo publica solo, sino acompañado de un escrito suyo, firmado con un seudónimo,
Sor Filotea de la Cruz, donde el obispo le advierte que no debe meterse en
discusiones teológicas ni escribir literatura profana.
Este es un momento crucial para Juana, en plena inquisición, La Atenagórica es
también un texto que presenta evidencia directa del desprecio que Sor Juana le
tenía a Núñez, evidencia escondida sobre la superficie pulida de su retórica.
El obispo de Puebla con seudónimo de mujer, lamenta que la monja se dedique a
temas terrenos abandonando la espiritualidad y tocando el papel de la mujer,
que, dice, no debe dejar de ser súbdita. Tres meses después, sor Juana responde
a esta carta y defiende el derecho al saber por parte de las mujeres.
Sor Juana responde a esta carta con el segundo gran documento de su vida, la
Respuesta de sor Juana Inés de la Cruz a la ilustre Sor Filotea de la Cruz,
donde se defiende de las acusaciones del obispo (porque ella sabía a quién le
estaba respondiendo) a la vez que reconoce la superioridad de las letras
divinas sobre las profanas, y de paso defiende su derecho a la vida intelectual
y al cultivo de la literatura secular. En este momento la vida política de Sor
Juana es un escándalo en la iglesia, ella está en peligro, pero a la vez ella
sabe, porque era una mujer muy política, que ella tiene padrinos, ayuda, apoyo,
en ese momento a los virreyes (condes de Paredes).
Este documento está considerado como la obra maestra de Juana escrita en prosa,
su autobiografía intelectual, también emocional y religiosa. Revela episodios
de su niñez, su vocación intelectual temprana, cómo tuvo que luchar contra la
sociedad, los enemigos malintencionados; allí describe su incansable proceso de
observación de la realidad, que no cesa ni en la cocina ni mientras duerme.
Para cerrar el camino de los enigmas de Sor Juana, establecidos a través de las
cartas y la ironía, hay una tercera carta, mucho menos conocida, La Carta de
Serafina de Cristo (1691), texto inédito en prosa y verso de Sor Juana Inés de
la Cruz, descubierto en 1960, en Madrid, por el jesuita Manuel Ignacio Pérez
Alonso, y muchos años después objeto de un estudio minucioso de autentificación
de Elías Trabulse. El Dr. Trabulse, uno de los más reconocidos sorjuanistas
mexicanos, fue encargado por los jesuítas de México para estudiar esta carta, y
en el Tricentenario de la muerte de Sor Juana, 1995, Trabulse presentó su
tesis, la cual fue muy controvertida.
Yo misma estaba allí, por entonces yo dirigía la carrera de literatura en la
Universidad del Claustro de Sor Juana que radica en el mismo convento jerónimo
donde la monja vivió, murió y está enterrada, ésta es una universidad que fundó
Margarita López Portillo, la hermana del expresidente mexicano, y hace ya
muchos años es dirigida por la hija del mismo expresidente, Carmen Beatriz López
Portillo. Una universidad dedicada a las humanidades.
La tesis de Trabulse se basa en una herramienta poderosa. Sor Juana aplica la
ironía, si bien el obispo de Puebla para castigarla había escrito contra ella,
usando un seudónimo de mujer, haciéndose llamar Sor Filotea, a cuya falsa
identidad Sor Juana había dirigido su obra cumbre como respuesta, ahora, un
poco antes de hacer su renuncia a las letras y a su biblioteca y objetos
científicos y matemáticos, es decir, sus tesoros, Sor Juana eleva su ironía
firmando su nueva y tercera carta con otro seudónimo, Serafina de Cristo. (Como
sabemos, los serafines no tienen sexo)
El texto de Serafina, fechado el 1 de febrero de 1691, dialoga en clave con la
Atenagórica, publicada dos meses antes. Esta carta no fue pública y no arrojó,
hasta 1995, en que Trabulse la presenta con su estudio, de diez años de
dedicación, la luz que necesita aun la monja para ser entendida.
Las relaciones que entrelazan nombres, sucesos, suposiciones y fechas en la
vida de Juana son sobre todo un misterio siempre invocado: ¿por qué, realmente,
dejó de escribir tan súbita y calladamente, dos años antes de su muerte, en
1695?
Juana Inés no debe ser tomada por una poeta moderna que vierta en su obra sus
vivencias subjetivas. Se trata de una autora barroca en la que la experiencia
personal se transmuta en un conjunto de artificios establecidos por una
tradición canónica. El arte barroco separa al máximo al autor y su obra. El
poema barroco no es un testimonio sino una forma verbal (...) la reiteración de
un arquetipo y la variación de un tema heredado.
Sor Juana fue considerada la más importante escritora de villancicos de su
momento, escribió muchos por encargo. Sus sonetos son una obra de arte,
concebidos como ensayos en sí mismos, por la estructura perfecta en que
dialogan los cuartetos con los tercetos y cómo concluyen. Pero de toda su obra
lírica es el Primero sueño su más elevado y reflexivo poema, una lira escrita
imitando las Soledades de Góngora. Si la silva de Góngora contaba la vida de un
peregrino de amor vagando por la naturaleza, la silva de Juana, a la que ella
le decía con cierto desdén, “ese papelillo que le llaman sueño”, presenta el
viaje del alma intelectiva durante la noche, que intenta aprehender el cosmos;
el Primero sueño es el intento del alma por abarcar la totalidad del conocimiento,
es decir su propio intento. Una silva, que recoge su enorme conocimiento de los
griegos, el hermetismo y la emblemática.
De los documentos no encontrados de Sor Juana, que darían mucha luz, para su
entendimiento, se sabe que hay un tratado de música, llamado El caracol y
escrito en su juventud, y el epistolario que tiene con la virreina, cuando
éstos se fueron de México, que, de aparecer sería una prueba de sus últimos
años, de los que se sabe poco, porque otra cosa no escribió.
La versión oficial de su muerte presenta a la monja como obediente novia de
Cristo. Sin documentación para confirmar o deconstruir esta historia (o este
mito), se han señalado explicaciones que caracterizan la renuncia de Sor Juana
como una conversión verdaderamente espiritual. Al sospecharse una explicación
más siniestra, se han ido buscando pruebas de una conspiración, proceso
inquisitorial, u otro suceso amenazante, a través de una bibliografía masiva
cuya renovación perenne se debe en gran parte al «misterio» que rodea el
silencio final de Sor Juana -y al silencio que acompañó la extinción de esa
voz, que tras una extraña llamada de dios, vende sus libros, da el dinero a los
pobres y firma con su sangre la renuncia a las letras. Muere año y medio más
tarde en una epidemia que azotaba a México.
Este raro final ha sido leído, dice Octavio Paz, como una conversión por la
mayoría; para algunos, mística; para otros, neurótica. "Yo creo, dice
Octavio, que es la solución final de un conflicto ideológico y político: el
caso del intelectual libre en una sociedad cerrada y ortodoxa, por una parte, y
la gravedad del tema cuando se trata, además, de la condición de la
mujer". "Sor Juana", sigue diciendo Paz, "termina siendo,
sin darse cuenta, una feminista que pide que haya mujeres que puedan enseñar a
las otras 'las ciencias terrestres' como condición para que puedan acceder a
las celestes". (fin de la cita)
Juana Inés de la Cruz es la última poetisa barroca. Con ella se cierra la gran
poesía del barroco español, y al mismo tiempo es avance y profecía de la poesía
moderna. La suya, además, trata un tema nuevo: la poesía del conocimiento.
Juana es una escritora profana, oficial, cercana a sus modelos, los poetas del
XVII, concretamente, Góngora y Calderón. Como ellos, escribe comedias y autos
sacramentales y poemas culteranos.
Es un error que se ha cometido llamarla mística, porque no lo es, ni mística ni
contemplativa: los escritores místicos tienen como tema la unión con dios. En
Sor Juana no hay mística ni unión con dios, y si hay contemplación, no es de
dios, sino del Universo. Lo que hay en Sor Juana, y en abundancia, es
conocimiento.
ELENA TAMARGO