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Welcome to my blog! Sometimes, I write in Spanish, others in English, but basically this is my daily diary of sorts. Los invito a mi blog, que es como un diário de mis eventos y escritos que a veces son en español, y a veces en inglés...

Sunday, August 26, 2012

Un poema de Jesús J. Barquet


Foto tomada del internet de Sean Gallagher



                                                 LA RUTA DE LA SEDA


Jesús J. Barquet



(Tomado de la revista Casa de las Américas, año LI, número 267,
 
 
abril-junio 2012, pp. 38-41)




Flojo, flojísimo el desagüe ante el torrente.

José Lezama Lima



a isel rivero, en la confirmación de sus Hurones





Como se abre un puerto o una gran hembra en celo

se inicia este silencio con palabras borradas

o que ya no se dejan permear por lo que digan.

Huyen sabiendo decirnos entre el viento

aquello que la tierra se cansó de proclamar:

raíces de espuma, artefactos de cansada perfección,

utensilios de común extravío hace ya lustros

treinta, cuarenta, cincuenta calendarios—

son hoy estas tuercas nunca lubricadas, este manual

jamás leído con instrucciones estrictas de tenernos que

olvidar.



Sabían ya que en la palma de la mano traíamos la ruta de la seda:

la estirpe del gusano, el mercado febril de la cochinilla,

camellos, elefantes, alcatraces, galeones

arguyendo, cruzándose entre sí, sin mirarse a los ojos,

y nosotros, o yo, como siempre, descuidados creyendo

que la tierra en su poción de isla tendría en algún sitio

guardada la respuesta, que no la había

olvidado.



En mancuerna, entre retazos de arbustos espinosos

anduvimos la ciudad como andamios

que querían reconstruir los cimientos:

adoquines dispuestos en un orden risible

o juguetes de patio barridos por la lluvia

fue todo lo que había. En algún centro estaba, previmos

la Escala de Jacob cayéndonos encima: caer sobre caídos.

Pero no, no debíamos haber confiado en que la lluvia

hiciera nuestro trabajo,

y sin embargo, confiamos:

le permitimos al agua enceguecida correr y abrirse entre deslaves

de odio, con garras, con espuelas, sin alas, sin pulsiones

de amatista o lapislázuli.

Creíamos que el agua sería algún día un río entre las piedras,

que audaces caravanas de pieles y caricias traerían el amor

a nuestra casa en medio de un desierto que veíamos

cada vez más en ruinas.

Confiamos y creímos, pero al final un hueco

hondo, hosco y oscuro se abrió ante nuestros pies, sin desagüe;

y a manera de estrofa trajo el viento

un único verso decidido a borrarse

y a borrarnos.



Lo que quiero ahora aquí es que cuente

esa última voz

y que nos cuente y que contemos con ella.

Si dice abuso y coerción, creámosle.

Si dice afecto y compañía, también hay que creerle.

Si por cansancio o por piedad dice el silencio, abrámosle entonces

el corazón o la razón o sinrazón que aún nos quede.

Porque si no supimos retroceder hasta el fósil

que antecedió a esta historia de tantas teñiduras

y allí, ante él, deshacerla en polvo o ceniza vergonzante

para que el propio camino y no sólo la seda

fuese mortal y errante como la seda

escurridizo tejido en desliz que convida y se deja acariciar—;

si no supimos o no pudimos o no quisimos hacerlo

y el abrazo de placer que nos clava la vista o el poema, entero,

no llegó a conformarnos,

no hay ahora por qué reclamarle a ese verso solitario y callado

lo que a nosotros mismos habría que reclamar.



Ahora aquí,

al final tal vez ya de algún principio o precipicio,

no hay más que un sacapuntas sin filo, un alfiler abierto

de curandera, un roto espejo de azufre

esperándonos siempre en el umbral de la casa,

de la escuela, del taller, de la oficina.

Es un reflejo tosco que nos persigue o que somos:

noche a noche en la alcoba crece allí y nos aguarda

como un cadáver tatuado de efemérides patrias

que nos obliga al sexo interminablemente a oscuras,

mientras, dueño del baño, un cieno

gris de quinquenios nefastos

nos impide olvidar lo que no llegó a río.

Si busco entonces refugio en la cocina,

allégase mi madre como tantas

madres ausentes, cubierta

por un mortuorio manto, blanco,

de amargos chocolates y bizcochos caseros

mitad quemados ya o quemándose por dentro.

Y en los estantes, los libros —mis libros—

con sus millares de ojos fatigados por

inútilmente

leernos:

borrosos y dispersos me ignoran

sus palabras, sus lomos y sus versos

incluso este poema me borrará en lo que digo.



No obstante,

quisiéramos verlos en nuestra travesía que creímos de seda

ir siempre a nuestro lado,

ayudar con el fardo o con las cuentas

como bitácora u hoja

de ruta o de coca.

Pero imposible nos es ahora

tenerlos

en nuestras manos (muñones),

leerlos

con estos ojos (de ciegos).

Al final ya,

ni seda ni ruta sedosa,

sino el salitre ríspido, los truncos

y sulfúreos peldaños

que trenzan nuestros pasos.

Por eso, un verso terco,

con pretensión de estrofa,

dicho al desgaire, húmedo

y vacío pero venido

desde un reflejo mayor,

como Enviado,

sea quizás lo único que cuente

y que nos cuente un día.

Por lo que si dice abuso y coerción, creámosle;

si dice afecto y compañía, sigámosle creyendo;

mas si por piedad o cansancio no dice sino el silencio

y huye después espantado,

pensemos que sólo lo hizo para saber

la cantidad de esperanza o salvación

que, pese a nosotros mismos,

imperturbable aún

nos quede.



Las Cruces, septiembre-octubre, 2011



 
 

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