Obra original de Mayra Abó |
Amarillo
Canto a Oshún, la Virgen de la Caridad del Cobre.
8 de septiembre,
Virgo, Arcano 6
I
Este sábado cinco manantiales danzan
ambarinos de sol,
diez chorros dorados ríen,
quince pájaros surcan un río de topacio.
Hay un recholateo de canarios,
silbidos de fiesta,
cuchufletas en el yarey.
Viene la mulata de rumbo
con su bata de naranjal,
su fina silueta de espiga,
gozosa en un resonar de pulseras de oro,
con su corona de filigrana brillante,
quintaesencia del mediodía coqueto sobre el agua.
Trae un collar de miel y coral,
un rosario de calabacitas
y sobre la cadera apoya una tinaja de agua bendita
donde flotan las flores del azahar,
las rosas sexuales.
Tiene la piel como el heno tostado
y el pelo con el brillo que da el árbol del cuerno.
Los ojos parecen hogueras suaves
por los que llora un aguardiente
casi guarapo;
con eso se puede embriagar a un muerto.
La saludan como a la luna
cuando viene oliendo al aroma amarillo.
Una rama de paramí termina la riña en una fiesta,
uno de sus brazos seduce mejor que un encantamiento.
Palpitan las nerviosas pestañas del ateje.
La aromática Oshún ha pasado
dejando una estela gozosa en el otoño.
II
Yeyé Maru, zalamera, se peina ante el espejo de la tormenta.
Es la abuela inconfesada de la abundancia.
Cautivadora, la mestiza que roba maridos,
camina con ínfulas de pavorreal
abriendo su mantón de burato amarrado a la cintura.
Es la orgullosa soberana del canistel,
retrechera natilla oscilando en el plato de la laguna,
cerveza de sandunga sonando su cucharita de otro en el cristal.
La parda Oshún espolvoreada de canela,
con sabrosura de huevo cumbo,
tiene un gajito de botón de otro en el ombligo.
Un colmillo de 14 quilates,
un orgasmo de mango abierto.
Su carne es una deliciosa palanqueta
con sudores de panetela borracha.
III
Es la santa rumbera del río.
Fornica en los pozos cubiertos de calabazas,
quieren violarla en la soledad de los caminos.
Las facciones le brillan como pasas y almendras
en el dulce de harina de maíz.
Ella quiere y no quiere ceder al rapto.
¡Cuidado, es incestuoso!
Al fin le pide auxilio al dueño del sendero.
El agua de un meandro grita alarmada: -¡Arayeyí!
Los plátanos manzanos se reflejan en la corriente.
Y Eleggua la salva.
La Caridad con uñas de verbena,
ojos de yerba añil,
los pies de lechuguilla,
la cintura de prodigiosa,
anda suelta por las plazas
con su sombrilla de quita solito
y su bata rameada de helechos.
Le rinden homenaje los sobres de manila,
el tinte de los chinos y los anillos novios.
Sueña como la flor de agua
aboyada en la poceta.
Se mece en la hamaca de la yerba niña.
Juega a la pelota con las ciruelas.
Perfuma sus gavetas con albahaca morada
y sus lunares con yerbabuena.
Hoy está de comadrona de un parto campesino,
mañana será la Venus de la humedad
o la veta de luz en la lluvia,
la linajuda señora del berro
pasea en su carroza de frutabomba.
Le gusta mojar a la gente
con su saliva sensual.
IV
Cuidado con Mamá Carí,
que cuando se enoja ética
con su lagrima en el aire.
Abaníquela fuerte con las plumas del faisán verde
para que vuelva a ser la dulce Yeyé,
la alegre y amorosa Mamá Caché.
Vamos a sonar un pellejo estirado de chivo,
agitemos maracas de guamá,
llenemos un corral de gallinas jabadas
y hagamos pachanga.
Eso sí, las esposas que se protejan,
no le atiendan los consejos,
sean precavidas,
que ella a ratos anda con la muerte
o les conquista el hombre.
No hay que fiarse de una mulata así,
sensual y tentadora,
aunque nos brinde resguardos de amor seco
y nos salve a los pescadores del huracán.
Dense cuenta, los tiene de rodillas
bajo el fieltro de su calzado mandarina.
V
Quiéranla en el anís,
en el sahumerio de arabo,
la lechuga inocente,
la seda de metálico esplendor,
la colina de la preñada.
Arrúllenla como el viento al árbol bonito,
cántenle baladas de yema de huevo,
tóquenla en la blandura de la mantequilla,
en el pétalo de la flor del sol,
en el geranio donde se condensa el ardor del pan de oro.
Bailen, bailen con ella,
tibiecitas como un plato de bollos de miel.
Pero santígüense si viene inclemente,
ayayay que su enojo es terrible
como la inundación genital de los ríos despavoridos,
la sed de las fogatas
y la avaricia de un sol Midas de julio.
Deshoja, como septiembre.
Mejor es huir a la bola del mantecado,
al rizo del azafrán,
empolvarse con bijol
y apretar fuertemente en las manos una piedra
con los fulgores limpios
del Santuario del Cobre.
Pura del Prado
Para mis tías Inés, y Aurora Armand
Para Alberto Romero
(Tomado del libro, “La Fronda y el Mar”, Antología poética de Pura del Prado)
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