Foto de Karin Aldrey |
Elena y la Feria del Libro
por Alejandro Ríos
Mi primer trabajo de envergadura en Miami Dade College, donde trabajo desde hace casi veinte años, fue la Feria Internacional del Libro de Miami, que esta semana cumple su glorioso vigésimo octavo aniversario.
Conocía la Feria del Libro de La Habana, donde laboré en el Departamento de Literatura, y la diferencia resulta ostensible. El signo del evento cubano, como tantos otros dedicados a la cultura, era el miedo y la desconfianza desde sus directivos a los más comunes trabajadores porque la laboriosa policía política cubana instalaba su campamento de vigilancia y control, en los hoteles donde solían hospedarse los invitados extranjeros y de todos sospechaban aunque se declararan abiertos simpatizantes de la revolución.
La Feria de la Habana también era el momento oportuno para agenciarse libros de editoriales de otros países que luego nunca estarían a disposición del lector cubano. Algunos eran cedidos por amables editores; otros se hurtaban al final del evento.
No conocí la Feria que se ha emplazado en los predios de la Fortaleza de la Cabaña en años recientes, ni pude disfrutar cómo algunos opositores presentaban sus libros de manera alternativa a pocos metros del lugar, en franco desafío a las fuerzas represivas.
Sí recuerdo el apremio sufrido por Dulce María Loynaz, cuando publicaron de modo apresurado algunos de sus libros y la llevaron al Palacio de Convenciones, donde por entonces se organizaba la Feria, como si nada hubiera pasado entre su ostensible valor y la cobardía del régimen.
La Feria de Miami me ha permitido disfrutar y, en ocasiones, hasta presentar a admirados autores desconocidos por las autoridades cubanas. Fue un privilegio asistir a la última comparecencia de Guillermo Cabrera Infante en Miami y luego desandar algunos sitios de la ciudad en su compañía, así como ver a Octavio Paz bailar al compás de los mariachis que terminaron el homenaje tributado por poetas cubanos exiliados a sus versos soberbios.
También ha sido el lugar de los reencuentros con autores cubanos amigos y otros recién conocidos. Fue así que hace algunos años tuve la suerte de recomendar la presentación en Miami de un ser entrañable, la poeta Elena Tamargo, quien llegaba de su exilio mexicano para establecerse en esta ciudad.
Durante mi estancia en México, antes de escapar hacia Estados Unidos, habíamos compartido nostálgicas jornadas donde ella lamentaba, sobre todo, que el gobierno cubano la castigara al no darle el permiso de salida a su esposo, el escritor Osvaldo Navarro, y a su único hijo.
Luego todos se reencontraron en Miami, por esos caprichos de las tiranías, y Elena fue feliz en una casa de la Pequeña Habana donde no puedo olvidar la invitación que me hiciera a un insólito punto guajiro donde estuvo mi familia y mi hermano ausente que tanto echo de menos.
Elena Tamargo es la idea que albergo de una poeta auténtica: belleza clásica, anfitriona encantadora, con un dejo de romántico sufrimiento que no la abandona ni en las alegrías que le dispensan sus nietos, sus amigos y sus magníficos versos.
Hubo un momento dramático en su vida cuando Elena y Osvaldo regresaron a México, donde habían dejado oportunidades laborales, y luego retornó sola y entristecida sin la compañía de su esposo, que había fallecido de modo abrupto.
Elena Tamargo está invitada para presentar su nueva poesía en la Feria del Libro el domingo 20 de noviembre a las 4:00 p.m. en el salón 6100. Es muy probable que no pueda concurrir, pues está en un hospital echando una batalla por su vida contra una enfermedad terrible. El hijo me contó que en un momento de lucidez le rogó que la sacara de allí pues tenía una cita ineludible con sus lectores y amigos el domingo.
Como a tantos otros escritores, en su país Elena Tamargo ha sido borrada del mapa literario y sus colegas callados comulgan con lo que el gobierno piensa que es un castigo. Pobre Cuba, huérfana, que no tiene una poeta como Elena. En la Feria, el domingo esta ciudad será más luminosa con los versos de Elena Tamargo.
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